Todo comenzó en Boedo
Afortunadamente teníamos calefacción. El gato dormía durante horas, tan cerca del calefactor que no lograba explicarme cómo no habíamos resultado un día comiendo gato asado. Un avance en el menú.
Pasabamos las frías tardes de Borges evadiéndonos en Internet (yo) y durmiendo junto al calefactor (Sonia y el gato).
De pronto, una idea.
No teníamos un peso, no teníamos ganas de seguir padeciendo el húmedo invierno perpetrado por esa orilla del río de la plata llamada, no sin cierta ironía, Buenos Aires, también conocida como la Capital Federal de la República Argentina. Pero nos había encantado la enorme cantidad de pequeñas editoriales, liberías y el ingente montón de bellos y extraños volúmenes escondidos en ferias, baratillos y bibliotecas masónicas.
Sigue siendo una buena idea.
–¿Por que no? si al fin y al cabo, cualquiera con una fotocopiadora y una caja de crayolas puede hacer libros. Y nosotros tenemos mucho más que crayolas.
–Andi, no tenemos una fotocopiadora.
–No importa, tenemos Internet.
Muchos colombianos en el extranjero, varados, ansiosos por regresar, son rescatados por el tio con plata. No fue diferente en nuestro caso. Excepto que nuestro tío no tenía plata.
Pero tenía millas en la tarjeta de crédito.
Luego de nueve meses de rodar por latinoamérica, pude al fin ver los ofídicos meandros de los ríos amazónicos, desde la ventana de un avión. Pero teníamos una idea, Mr. Creedy, y las ideas son a prueba de balas.
Años después, seguimos aquí. Caminamos lentamente, pero no paramos nunca.
Nos honra hacer libros. Seguimos haciendo brillar algo adentro de nosotros, en medio de la oscuridad de una época en la que los matemáticos fabrican monstruos abstractos que consumen la riqueza de los pueblos, y el peso de las leyes se juzga de acuerdo con las ventas de albumes de música pop.
Bienvenidos a este sueño chiquitico.